miércoles, 6 de febrero de 2013

Mi tumba me abandonó







Al igual que todas las noches, al caer la tarde, en el momento que el sol ya no deja siquiera un rayito de luz, salí a estirar las piernas, eso de pasar el día bajo tierra entumece los músculos, molesta la artritis; pero lo peor de todo son los gusanos y otros insectos que rondan por doquier y realmente es lo que más me enerva.
Caminé por mis rincones favoritos, me choqué dos veces con dos o tres murciélagos que al igual que yo querían disfrutar un poco del aire fresco, en la quietud de la noche.
Miré el cielo estrellado. Aquí n este campo santo no hay más luz que esas pequeñas chispitas brillantes y esta noche hay una luna llena hermosa y enorme.
Vagué durante horas, limpié un par de lápidas llenas de telarañas, no hay nada más triste que verlas sucias abandonadas.
Fui hasta las orillas del río, admiré sus hermosas aguas profundas y oscuras, sentí el olor de las flores que durante la madruga despiden una fragancia tan agradable. Los mausoleos monumentales, con sus estatuas guardianes del descanso de los que allí moran. La quietud y el silencio hacen que estas caminatas diarias llenen mi espíritu de tranquilidad y paz.
Cansado ya de caminar regresé a mi tumba y cuál fue mi sorpresa al comprobar que ya mi lápida no estaba, esa misma que mis familiares habían colocado con tanto cariño y la que limpiaban con tanto esmero los sábados cuando me visitaban. Ni siquiera la marca en la tierra quedaba y lo peor era que también había desaparecido mi tumba. ¿Dónde dormiría, a qué lugar mi esposa e hijos harían honor a mis restos? Busqué con la mirada, y nada quedaba allí, se habían llevado todo, hasta el cajón. ¿Quién podría querer una tumba vieja y apolillada? ¿En qué momento fue que se lo llevaron? Pensé si había escuchado algún ruido al irme, algo fuera de lugar pero claro mi memoria ya no es la misma. Tal vez mientras yo partía esos dueños de lo ajeno cometieron su fechoría.
¿Y ahora? ¿Dónde descansaría? Pensé en pedirle un lugarcito a mi vecino, buscar espacio en algún mausoleo o cripta que son lugares espaciosos y allí descansan muchos, el problema es que son todos familiares quién sabe si querrán alguien desconocido, algunos los conozco de vista, pero quién sabe, la aristocracia es tan sectaria que quizás no permitan que un humilde abogado descanse junto a ellos.
Grande era mi desesperación, recordé a Martita mi esposa, cuál sería su expresión cuando el cuidado le diga que ya no estaba mi tumba, ¿dónde llevaría ella las flores que con tanto amor deposita cada sábado desde hace 10 años?
¡Qué tristeza sentí! Sin poder explicar lo inexplicable, comencé a buscar por un lado y por otro, intentando hallar alguna pista que me llevara a un culpable.
Mi angustia era tan grande, tan hondo mi dolor, que en ese preciso momento comprendí que había confundido el camino y estaba del otro lado del cementerio.

Un besito a todos.





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