miércoles, 6 de febrero de 2013

Otra tarde, la misma lluvia





Tarde de otoño, fría, gris y con viento. El cielo tiene ese color plomizo que anuncia que el sol se mantendrá retirado por un prolongado período. Las nubes se mueven como en cámara lenta. Los remolinos de hojas se esconden en los rincones. Todo es ocre y gris. Con mayor o menor intensidad, pero esos son los colores imperiales de la calle en esta época.
La tarde comienza paulatinamente a oscurecer, nubarrones negros, grises, blancos, pulalan por el firmamento. Un torbellino corre libremente por las aceras, jugando con las hojas, ensuciando las veredas con la mezcla de tierra y basura, ensañándose con los umbrales.
La tierra seca siente las primeras gotas que cae abruptamente, pocas, gigantes, violentas. Escucho el ruido en el techo, como si fueran piedras. Miro por la ventana, el agua resbala por el vidrio como si fuera una caricia. Desciende en una carrera desenfrenada, cada vez más rápido, más fuerte, como si tuviera bronca. Un enojo que se transforma en un monstruo. Los truenos aterran a los perros que ladran para esconder el miedo. Me asustan a mí también.
Ya he presenciado esta lluvia, en este lugar, era otra tarde, hace muchos años, es como regresar en el tiempo, volver a sentir el mismo dolor que creí olvidado. En este momento compruebo que no, que está allí; como una espina clavada, esas que son difíciles de sacar, que al principio duelen siempre, luego sólo cuando la rozas, y eso es lo que me está pasando ahora. Los recuerdos se cuelan, primero uno, luego dos, y así hasta darme cuenta que estoy reviviendo aquel día. Ese que fue tan horrible, el que no quisiera volver a vivir nunca más. Pero sé que habrá otros momentos, se repetirán muchos otros.
El cementerio, gris como hoy, oscuro, triste como todos. Y yo ahí en ese auto que me llevaba para dejar en un agujero a mi ser más amado, al que le había dado mi vida, con el que pensaba envejecer y ni siquiera pudimos festejar más de un aniversario. Recuerdo que pensé cuántas otras muertes vendrían después, allí termina la vida, ese lugar donde sólo se depositan cuerpos, porque según dicen, el alma va hacia otro lugar, en ese momento quise creer que eso fuera verdad, que lo volvería a ver en algún lugar como un fantasma.
Otro trueno me devuelve a la realidad, veo los chicos corriendo por la vereda, como si el actor de correr evitara que no se mojaran, y los perros siguen imitan sus movimientos.
Está anocheciendo, la tormenta está terminando, esa terrible tormenta da paso a una fina llovizna, esas que te mojan hasta los huesos, y así seguirá vaya uno a saber cuántos días.
Es tarde, tengo que terminar lo que estaba haciendo que ahora ni siquiera recuerdo.


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