
No creía en la felicidad y sin embargo diariamente luchaba por ser feliz.
Estaba totalmente convencido que algunos nacían con mala estrella y él era uno de ellos.
Desde pequeño había sufrido la pérdida de sus padres, su casa que la vio incendiarse delante de sus ojos.
Un hermano muerto, otro preso y la sucesión de hechos tan tristes que más de una mañana cuando sonaba el despertador no quería abrir los ojos, sobre todo si ese ensordecedor estruendo lo sacaba de los brazos de esa que en las noches lo hacía sentir que valía la pena esperar a la noche.
De mal humor abría los ojos, miraba la ventana con la cabeza apoyada en la almohada y se dejaba llevar por esos besos que aún tenía en la boca. Lo más doloroso era que no sabía si habría una próxima vez.
La felicidad es como una mariposa, son bellas, sensibles, no se pueden atrapar y viven sólo un día. Y suspiraba.
Intentaba comenzar el día con una sonrisa porque estaba convencido que podría acallar al dolor y a la pena.
Cantaba mientras se duchaba para no darse cuenta que estaba solo. En la cocina lo esperaba la radio encendida y el olor a café y tostadas. Le dolía la espalda, eso de ser albañil ya no lo convencía mucho. Pero le faltaba poco para terminar la nocturna y luego la facu. Aunque en realidad si se ponía a contar no era poco.
Sus amigos le decían para qué sacrificarse tanto y él reía. Si de algo estaba seguro era que aunque se le fuera la vida iba a ser arquitecto.
La bici roja lo llevaba a todos lados y encontraba felicidad en esa sensación de libertad que le daba el frío en la cara.
Como todos los días saludó a todos los que se cruzó en el camino. Ya no importaba que Juan hubiera ido a jugar al futbol y se olvidara de invitarlo. Estaba acostumbrado a que no lo tuvieran en cuenta, así fue siempre.
Se rió para sí mismo y siguió pedaleando más fuerte!!!
Iba tan entretenido que no vio a la ancianita que iba cruzando la calle y casi la pisa. No escuchó los improperios que le dijo y sólo contestó:
- Tenga usted buenos días, señora!!! -y se rió. Siempre reía. Porque a pesar de todo se puede reir de la dolorosa realidad. Una psicologa le había dicho que reía para no llorar y no fue más.
Aunque no siempre era así, había mañanas que se levantaba pateando puertas y con ganas de putear a todo el mundo, porque no entendía por qué había pocos que tienen mucho y tantos que tienen tan poco.
Odiaba la estupidez humana, las preguntas imbéciles, a los que creían que la vida se vive por arriba no haciéndole caso a lo importante, a aquellos que decían que odiar era vivir menos o que si te olvidas del dolor podés seguir adelante. Y él les demostraba que con odio y dolor podía proseguir, con fe y esperanza. Estaba convencido de que cuando uno se olvida lo que le pasa luego le ocurren las mismas cosas. Aunque estaba consciente que a veces sus pensamientos se iban más lejos de lo que él podía manejar. Pero qué iba a hacer. Muchos días de furia la mejor forma de exorcisar el odio que sentía era imaginar matando a aquellos que le habían hecho mal y se reía cuando pensaba en lo que decían aquellos que creían de verdad en eso, justo él que no mataba ni una polilla, como esas que habían comido su pulover, ese azul que le había traído Daniel de Salta.
Y siguió andando, ¿por qué hoy el viaje se hacía tan largo?.
Un perro lo quiso morder.
El dueño del supermercado chino, lo saludó con la mano y lo llamó para charlar un rato como todas las mañanas, pero este día había muchas cosas en su cabeza para hablar de otra cosa y siguió.
Llegó al horrible bosque negro que todos le temían, y entró no iba a andar dando vueltas, ¿qué podía pasarle?. No iba andar creyendo en tonterías.
De golpe se cruzó con un anciano que juntaba raíces y se acordó de aquel cuento de chico y se detuvo.
-¡Buenos días! - dijo y comenzó a charlar con el octogenario. No tomó consciencia del tiempo, aquel personaje era increíble, sabía tantas cosas. Le regaló su almuerzo, a cambio el viejito le regaló una piedra, que guardó en su bolsillo.
- Que la luz te acompañe- le dijo y siguió buscando raíces.
Cuando llegó a la obra estaba cerrada, maldijo en voz alta. Ya empezaban los problemas como todos los días.
Se sentó a esperar porque ya le dolían las piernas. De pronto un auto negro con vidrios polarizados se detuvo y bajó un señor de traje que se presentó como el arquitecto. Se dieron la mano, conversaron un rato y le dio su tarjeta para que fuera a verlo porque tal vez tenía trabajo en la oficina para él.
Vino el capataz dijo que estaban de paro. Así que con bronca y pateando piedritas se fue a su casa.
En el camino se cruzó con la vendedora de flores que como todos los días lo invitó a tomar un café y esta vez aceptó.
Algo había comenzado a cambiar aunque la soledad estaba adentro. Aunque tal vez la tristeza prosiguiera, y todo lo demás quedara en su corazón por siempre.
Porque aunque las mariposas son bellas, sensibles, no se pueden atrapar y viven sólo un día.
Fin.
6 comentarios:
Bonito relato.
La felicidad está en uno y no hay que ir lejos a buscarla. Con ella recorremos nuestra senda de buen humor y vemos la vida y a los demás sonreír.
Saludos.
Juan Antonio
Me gustó mucho tu bello relato: Amo las mariposas y las campanas...Y los sueños, y no pierdo jamás la esperanza a pesar de la tristeza.
Te dejo un abrazo y mi agradecimiento por tu grata compañía.
Que lindo relato!!
La felicidad , es levantarce cada día con una sonrisa ,y decirle a la vida cuan bella es!!
Besitos de chocolates:))
Aldhanax que tengas un hermoso finde:)
ALGUNOS TIENEN TANTO Y SIN EMBARGO , NO SIENTEN ESA FELIIDAD ¡¡
LA FELICIDAD ES APRENDER A VER MAS ALLA DE LAS IMPERFECCIONES ¡¡
HERMOSO RELATO , TIEMPO SIN PASAR PO R TU BLOG¡¡ UN BESO GRANDE
Hola! Muy lindo tu relato, es primera vez que visito tu espacio y me gustó... seguiré visitándote.
Cuando gustes puedes visitarme en mi espacio PALABRACAIDISTA, eres bienvenida siempre!
Besos desde Colombia.
Para Vos con cariño,para tdos los que te siguen día a día y para Jose,Vane y Matu
QUE NUNCA CAMBIE DE COLOR POR SU SIMPATIA Y BELLEZA LA MARIPOSA AZUL!!
BESOTESSSS Maquia!!
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